sábado, 15 de enero de 2011

Cultura, tradición y unas pinceladas de realidad

Siempre me gustó viajar en metro. En metro viajaba de niño con mi familia, en metro salía del barrio para ir al centro ya de menos niño, y en metro acudía todos los días a la universidad. Aun recuerdo la línea 1 del metro de Madrid de principios de los ochenta. Ese ruido atronador y el percibir como se iban debilitando las luces del vagón cuando este aumentaba de velocidad, hasta que, en una especie de alivio, el conductor soltaba el acelerador y el habitáculo se iluminaba de nuevo totalmente. 
Me gusta observar y ver como la ciudad y sus gentes se mueven bajo la superficie como las hormigas lo hacen bajo la tierra de cualquier jardín.
El metro es, además, un potente medio para incentivar la cultura de la gente. Es monótono, y, en principio, aburrido. Por lo tanto es el medio de transporte ideal para leer. Los metro-lectores me podrán confirmar esto confesando cuantas veces se han pasado de estación por estar demasiado metidos en lo que estuvieran leyendo.
Desde hace ya muchos años se promociona la lectura por parte de las autoridades a través de textos seleccionados que se sitúan dentro de los vagones, para que, los incautos como yo esta semana, tengan algo con lo que pasar el tiempo si no llevan su librito o su periódico.
A mi, que llevaba bastante tiempo sin subir al metro, porque en la España Profunda todavía no lo han construido, me toco lo siguiente...


   Es un texto de Miguel Delibes

http://www.librosalacalle.com/images/2010/PAGINAdelibes.jpg

No seré yo quien critique el estilo de la prosa de este autor, ni la importancia literaria de su obra. Él ha sido quizá, el mayor exponente artístico en la descripción del mundo rural de nuestro país, de nuestras Castillas y Extremaduras. Él, como nadie, entró y nos hizo entrar en las casas y los corrales de pueblo, en las relaciones de señoritos y sirvientes, en el olor de la vieja España que los urbanitas hemos desconocido y en gran medida siempre desconoceremos.
Lo que nunca alcanzaré a entender, es como alguien con semejante capacidad intelectual no dio un paso más allá y llegó a ser un defensor real del entorno y el medio ambiente y quedó y quedará para siempre como el gran escritor cazador del siglo XX, el defensor intelectual de los pseudo-valores culturales y medioambientalistas de la práctica cinegética. Tradición y paladín de la cultura, una vez más de la mano...

Unas horas más tarde, andaba yo todavía con el texto en la cabeza, pero ya no estaba en Madrid. Debido a mi afición por esos campos campos castellanos, estaba de nuevo en Tembleque (Toledo) poniendo de comer a la galguina de la carretera que protagonizó nuestro último comentario navideño. Por cierto, que ya no era una galguina, ahora eran dos (macho y hembra). Ese día no estaba ella. Prefiero que estén los dos, porque así se que por lo menos el día que yo voy, comen los dos. El macho se nos acerca un poco más, pero es imposible cogerlo. Con el paso de los días, se hace más esquivo y desconfiado, la lluvia, el frío y la miseria curten su alma y su confianza...



Sr. Delibes, allá donde esté... ¿era este el galgo que no llegaba al matacán del majuelo del tio Saturio?

El Guadiana y la traílla




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